Con tan solo cuatro letras, dos sílabas, dos vocales y dos
consonantes mi apellido ha sido confundido no menos de un millón de veces.
Bueno, en realidad no tantas, pero al pensar en todas las incómodas situaciones
que he tenido que pasar a raíz de mi apellido, no puedo dejar de exagerar con
la cantidad de veces. Pero todos se preguntarán ¿Qué clases de problemas puede
traer consigo este apellido? Pues, aunque no lo crean, el apellido Caso me ha traído tantos problemas como
para irritar mi paciencia.
Cuando tengo que dar mi nombre completo para cualquier
inscripción, es casi inevitable que después de haber dicho mi apellido, la
persona detrás del mostrador o vitrina me pregunte ”¿Castro?” o “¿Casas?”.
Entonces contesto con más énfasis “Caso”.
Parece que todas las recepcionistas, secretarias, encuestadoras y miembros de
mesa se hubiesen puesto de acuerdo en hacer la misma pregunta. Siendo un
apellido tan sencillo debo confesar que a veces hasta me incomoda que lo
confundan o no sepan cómo escribirlo. Por ejemplo, cuando digo “Caso”, algunas
personas lo entienden fonéticamente, pero luego viene la otra inevitable
pregunta “¿con Z?” o “con doble S”. Así fue cómo aprendí a
decir mi apellido y deletrearlo automáticamente después de pronunciarlo “mi apellido es Caso: C-A-S-O”
El verano de este año, me robaron la billetera mientras
viajaba en una combi repleta de personas que intentaban mantenerse en pie pese,
a la excesiva velocidad a la que nos llevaba el conductor. Mientras escuchaba
música en mi celular, tratando de no atender a la incómoda situación en la que
me encontraba, un desalmado ser me robó la billetera. Se llevó consigo no más
de ochenta soles en efectivo, mi D.N.I, mi tarjeta del metropolitano y mi
carnet de estudiante. Al día siguiente, como es natural, fui a la comisaría a poner
mi denuncia. Después de toda una calurosa mañana entre trámites, interminables
colas, pagos y declaraciones volví a mi
casa a la una de la tarde a almorzar y a beber litros. Sin embargo, este
sagrado ritual se vio interrumpido con una frase de mi padre: “Debes volver a la comisaría, han escrito
mal tu apellido”. Fue de esta forma que desperdicié un día entero de mi preciado
verano encerrada entre las cuatro paredes de una comisaría. Siendo yo la
agraviada me sentí como la prisionera.
Pese a que lo han confundido muchas veces, yo he tenido la
oportunidad de rectificar los errores. No como en el caso de mi madre, que ahora
vive bajo un apellido que no le corresponde. Su apellido tendría que ser Méndez Yañez, sin embargo por culpa de secretarias
sordas y de padres descuidados, mi madre figura en su partida de nacimiento
como Méndez Yañi. No obstante, ella no es el único caso, sus hermanos
terminaron registrados como Yañe o Yañes y
con diferentes formas de escribir Méndez:
sin tilde o con S. No puedo dejar de
pensar en mi madre y en las tantas personas, entre ellos mis tíos, que han
tenido que lidiar con mutaciones de su apellido.
Sin embargo, no todo es malo. El tener un apellido poco
conocido me hace sentir original. De hecho, no he conocido a una sola persona,
a excepción de mi familia que se apellide como yo. A esto se le suma mi nombre,
que a pesar de ser sencillo, tampoco es común. En cierta forma, creo que nunca
tendré un homónimo o al menos eso espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario